Iconos Contemporáneos
Los habitantes de la salsa barbacoa
Elige un día
04 de mayo, 2024
Los habitantes de la salsa barbacoa.
(Una percepción casi ciega sobre la obra de Clara Gómez Campos.)
Mirar a un artista desde los ojos del juicio o desde la admiración: Ahí reside la gran diferencia (o única) entre unos y otros. Se trata, como consumidor de arte, de elegir si quieres observar con los ojos entornados o simplemente disfrutar, mirar con plenitud y empaparte de, en cualquier caso, belleza.
Y cuando en un primer contacto encuentras a alguien que, por inercia, mientras mantiene una conversación banal, está dibujando en el mantel de papel de un restaurante como si de un lienzo se tratase, los ojos se te abren y el juicio que a veces empuja sin darnos cuenta, desaparece de un plumazo. Y es que tengo claro que dónde hay pasión por algo, hay muchísimo que aprender.
Clara sabe de sobra trabajar ese impacto que a primera vista te cuenta que ahí detrás hay una historia que quieres saber y que puedes hacerlo mucho más fácil si te acercas a mirar detalles y, por supuesto, a preguntar.
No hace falta ser ni siquiera un aficionado a la pintura para sentir esa curiosidad en un primer contacto por saber que nos ha querido contar con cada elemento. Sin embargo, si creo que hace falta tener un gran talento (Innato, trabajado o un hibrido, me da igual) para crear esa inquietud en el espectador.
Los habitantes de la salsa barbacoa nos invitan amablemente a pasar y a contarnos sus miedos. Clara ha sido capaz de crear un infierno que parece hogar, de donde nos gustaría salir una vez que lo entendemos, pero donde tampoco estamos mal. Una zona de confort peligrosa con una puerta de salida escondida.
Y es que fueron aquellos meses angustiosos que todos recordamos de dos mil veinte, los que hicieron que la artista rompiera de alguna forma con elementos que la representaban hasta el momento. Como, por ejemplo, la presencia del color, que lo dejó atrás casi por completo para dar paso al blanco y negro.
No por ello necesariamente la percepción general de su obra se tornó en austera ni en oscura, aunque la evidencia de esta ruptura nos lleve ahí. Y es que los habitantes de la salsa barbacoa son, en cualquier caso, criaturas que adoptaríamos para tenerlas en casa y que, a la vez, posiblemente, también tengamos dentro de nosotros de muchas formas (Aquí sí, con una connotación más oscura) Podrían ser sin duda parte de nuestro grupo de amigas si indagamos un poquito en su fondo. Y es que lo amable de sus rostros, la ornamentación tan acogedora e incluso la elegancia junto a lo entrañable de la simbología reflejada en calaveras hacen aún más apetecible esta salsa.
Todo esto gracias a la capacidad de la artista de convertir los bestiarios medievales en mujeres que transmiten tajantemente, entre otras muchas cosas, una familiaridad y una confianza abrumadora en ocasiones.
Puede residir esto, entre otras muchas cosas, en la expresión de la mirada. A destacar, por ejemplo, La dama de vaporeon, que, a pesar de lo espectacular del fondo y de la elegante postura y vestuario de la modelo (Que podría dar lugar a un texto infinito comentando sus detalles) sus ojos sugerentes y tranquilos son capaces de llevarse toda la atención. Hay afirmaciones que aseguran que la pintura es la poesía muda, pero esta mirada rompe esa verdad gritando a voces lo que cada uno, desde su interior, quiera o necesite escuchar.
También se refleja en esta obra esa familiaridad antes mencionada gracias a la simbología millenial y la simpatía de traer la figura de un pokemon como la representación actual de una bestia, a un fondo inspirado en el nacimiento de Venus de Boticelli.
Resulta vertiginoso el vaivén de emociones incontrolables al ir entendiendo (O interpretando libremente en un primer término) cada obra y cada elemento de ella. Perderte en algún pensamiento intrusivo mientras miramos fijamente a Eris es algo que resulta inevitable. La diosa de la discordia y de la envidia nos invita a mirarnos por dentro con atención y dictaminar si alguna vez fuimos ella. Pero es que, también resulta totalmente inevitable sonreír por lo entrañable y nostálgico que resulta ver esa manzana envenenada que Disney utilizó en Blancanieves y los siete enanitos para llevarnos de nuevo a la envidia y relacionarlo con la protagonista de la obra.
Posiblemente de donde más tiempo cueste alejarse es del mito del unicornio. La belleza de los rostros de ambos protagonistas resulta fulminante y el fondo crea un contraste violento y crudo que llega a hipnotizar. Una imagen de ensueño y de trazo más fino es callada por un ente desconocido de trazo grueso y agresivo.
La doncella en este caso tiene el gesto perfecto de ser la debilidad de la única criatura capaz de purificar al mundo según el mito. Cosa que, a ella, la convierte en bestia inmediatamente. Es mágica la forma en la que podríamos ver con nitidez un final para el unicornio.
Es más perceptible aún ese mundo interior que la artista ha querido dejar reflejado en esta obra en Lamia o el pájaro de la muerte. Esta bestia es transformada por Clara en una sirena de rasgos seductores y con infinidad de detalles curiosos y aparentemente con intención. Su gesto jamás nos llevaría a imaginar que es un monstruo comeniños, pero, al fin y al cabo, resulta mucho realista poder dejarte manejar por bestias que inspiren confianza al mirarlas.
Se antoja simpático el viaje de sumergirte en la mitología griega en una primera mirada, volver al presente al ver que la protagonista es aún más atractiva al tener toda la espalda tatuada y, al acercarte, viajar a la china milenaria al ver ese Dragón tan característico.
Y volviendo a ese mundo interior y algo más oscuro, la artista interpreta con una rotundidad absoluta el significado de un sueño. Cuando soñamos que una serpiente muerde nuestro dedo, posiblemente, estemos dentro de un proceso de ansiedad personal por nuestras relaciones y competencias del día a día. Algo bastante recurrente en la actualidad y dónde, a pesar de la dureza, podemos sentirnos muy representados.
Así que, por ello, de la forma en la que ha plasmado este aspecto en la obra, es la que inspira un miedo más literal y, por consiguiente, la que se pueda considerar que refleja una oscuridad de un modo más tajante.
Esto último, además de en el significado de nuestros sueños, puede verse también en el fuego que sale de diferentes puntos de la obra. El infierno que crea Clara, como mencionamos al principio, puede resultar un hogar confortable, pero en este caso, es tan literal que produce algo de agonía e inseguridad. El rostro de Lamia es de paz absoluta, pero lo que le rodea no nos permitiría, en ningún caso, sentirnos seguros a su lado.
El mito del mar, en cambio, transmite una paz mucho más real y completa. Esta obra parece romper un poco con el caos del infierno de las anteriores y nos da una serenidad conseguida con una simetría perfecta y un fondo marino que llega incluso a relajar. Como la calma después de la tormenta. El gesto de la bestia es también tranquilizador, aunque esto si sea un común denominador en todos los habitantes de la salsa barbacoa, en este caso supone un añadido.
Esta serenidad no le quita realidad a la temática de la obra. Pues el mar no deja de ser un lugar con un sinfín de peligros por mucha paz que nos produzca observarlo. Y las sirenas, a pesar de su belleza, tampoco dejan de ser bestias de las que no podemos fiarnos.
Fauna es posiblemente la obra que más delata a Clara. La ornamentación que resulta casi una prolongación de un título tan contundente y de nuevo el aspecto actual de la protagonista que nos hace empatizar con ella vuelve a invitarnos a un lugar dónde podríamos sentirnos cómodos. La pequeña representación de el Jardín de las delicias de El Bosco es también un detalle que refleja las referencias principales de la artista, haciendo de un elemento que podría quedarse en un segundo plano, como algo esencial de la obra.
En general, la obra, así como su título, resulta como una serie de biografías hechas retrato del bestiario medieval. Unos retratos que piden a gritos que sus protagonistas salgan del lienzo para venir y contarnos más. Y eso, en cualquier caso, es síntoma de haber dejado buen sabor de boca, como lo hace la salsa barbacoa.
Una interpretación libre y heroica de mujeres que convierten a la bestia, no solo en seres cercanos y amables, si no en criaturas que pasan a ser las buenas de la película, las luchadoras, las que por supuesto consiguen su objetivo (sea cual sea) y, sobre todo, las que ya han logrado mirar al mundo sin miedo a ser juzgadas.
Una obra que nos deja con la sensación de haber caminado por un infierno cercano dónde todos hemos estado alguna vez, dónde seguimos estando, o donde estaremos en un futuro.
Ana Díez Reyes.